Te tienes que fiar poco de las
palabras porque valen menos que una imagen y, además, tienden al truco verbal
del engaño, de la magia del lenguaje y la lengua. Son poco de fiar, digo, pero
bonitas…, bueno, a veces son bonitas, en algunos casos muy bonitas, sublimes si
las pronuncia Gabriel García Márquez, por poner un ejemplo tonto, pero poco de
fiar. Y sin embargo tenemos el mundo lleno de palabras, muchas de ellas
polisémicas y engañosas.
Les damos demasiada importancia,
las buscamos para refrendar nuestra opinión, para sustentar nuestras ilusiones
o para satisfacer nuestras necesidades. Damos demasiado valor a la palabra
dejando de lado los hechos… y las imágenes, claro. Así que nos conformamos con
la palabra dada y despreciamos, por no ser pronunciado, el hecho que la acompaña…
o no.
Por ejemplo. La puñetera frase “te
quiero”. Si pudieran nos la podrían de subtitulo para cada día. ¿Te vas a la
compra? Subtítulo “te quiero y una lubina de ración, por favor”. ¿Qué estás en
una reunión? “Te quiero y me pasas la última versión del plan estratégico para
mañana”. Ni te cuento si te vas a la cama... ahí ya, como no la pronuncies, no
vuelves a echar un polvo en tu puñetera vida.
La gente la pronuncia como quien
te pide la hora y, mucho peor, la gente espera que se la pronuncien según te
presentan. “Hola, soy Petronila, ya si
eso te quiero”.., así, de entrada, para evitarnos las consecuencias de un fallo
de memoria y una más que posibles broncas de
futuro. Está al alza la frasecita y a la baja su significado. Cualquiera “quiere”
a las primeras de cambio… otra cosa es dotar de contenido a semejante frase o
simplemente aterrizar su significado.
Porque, claro, puede suceder que
la persona que con tanta gracia y desparpajo, a la par que velocidad, te suelta
la lapidaria resulta que los actos que la acompañan nada tiene que ver con el
significado de la misma. Me explico. Te pueden estar breando a “te quieros” constantes
y continuos y sus actos lo que te dicen es “que te den, que ya si eso voy a la
mía”.
Pero puede suceder lo contario. Que
haya gente no diga ni muerta semejante ordinariez y que en su día a día te
demuestre más “te quieros” que los que un subtítulo vital es capaz de asumir. Y
dicho esto ¿qué es lo que le gusta a la gente por una amplia mayoría? Los “te
quieros”, aunque del dicho al hecho vaya un trecho (mira, me ha salido la vena carpetovetónica).
Yo no soy de “te quieros” soy más
de la banda de “el movimiento se demuestra andando”. De hecho desconfío de
quien, a las primeras de cambio, me dice que me quiere porque se, por
experiencia, que a las primeras de cambio me decepciona. En cuanto se pone a
tiro otro escenario más suculento, el plato del “te quiero” no sirve ni para
postre y te quedas con la palabra colgada y el hecho en descomposición.
Sea. Asumamos que nos “quieren” a
borbotones. Asumamos, por tanto, que la frase es cierta. Venga, tengamos ese
alarde de generosidad y creamos. Ok. Nos quieren, sí pero… ¿para qué? Ese es el
quid de la cuestión, la gran pregunta… esa que te dará la respuesta acertada o
no. Sí, me quieres pero ¿para qué me quieres? Algunos no están preparados para la respuesta y seguirán prefiriendo solo un "te quiero" de lentejuelas.