viernes, 6 de septiembre de 2013

Así empieza mi próximo proyecto de teatro... "Rask Sharki"



"Mi nombre es Afaf que significa castidad. Creo que mi padre eligió ese nombre para poder hacer un buen matrimonio. Si mi nombre era castidad y la castidad es lo más valorado en una mujer musulmana…, perdón, no he dicho que nací bajo el credo del Islam en un pequeño pueblo de Marruecos… soy de pueblo.., de pueblo marroquí y mi familia es de pueblo.., de pueblo marroquí, sobre todo mi padre que es muy de pueblo y muy marroquí y para él las cabras son importantes, como buen hombre de pueblo y marroquí. Se que cuando nació mi hermano fue el día más grande para mi padre. Un varón, un hijo, un hombre que pudiera pasar a otra generación el nombre de la familia. En mi hermano vio el futuro, grandes leyendas contadas de padres a hijos, hazañas de buenos musulmanes, orgullo, honor… pero cuando nací yo, lo que vio fue.. cabras, muchas cabras, montones de cabras que le darían mucho dinero y posición en la aldea. El día justo de mi nacimiento, me miró los pies, las orejas, las manos y calculó el número de cabras que podía negociar. Cuando salió de la habitación, donde mi madre aún sufría por el alumbramiento, se dirigió directamente a casa de Hamed, el que más cabras tenía en el pueblo y concertó mi matrimonio con su futuro hijo. Yo valgo 38 cabras y una hectárea de terreno. Algo nada despreciable para la economía local.

¿He dicho futuro? Mahmud, mi futuro marido, nació diez años después de tan lucrativo negocio con una belleza aceptable, belleza que fue desapareciendo con el paso de los años. Al cumplir diez ya no se sabía a que especie pertenecía y su inteligencia, algo que no desapareció con los años porque nunca hizo acto de presencia, tampoco le otorgaba ningún valor añadido. Era feo y tonto, agresivo como una alimaña y cabezón como un buey. Y ahí estaba yo, con mis 20 florecidos años, paseando junto a mi prometido de 10, con la belleza de un trol y la inteligencia de una anémona. Tenía que huir. Eso me decía Mustafá, el mufti del pueblo a quien debo la capacidad para leer, entender y conocer misterios más allá de los lindes de la aldea. Él me enseñó los misterios de la lectura con los que descubrí mundos lejanos y culturas extrañas…, cuando tuve edad para darme cuenta de lo que pasaba a mi alrededor empecé a no entender por qué Mustafá me dio privilegios solo reservados a los hombres…, yo creo que era maricón… pero fue mi madre quien me dio el pasaporte para una nueva vida.

Ella me puso en contacto con mi yo más íntimo, me enseñó los secretos del éxito, me dio la oportunidad de saber manejar los hilos de mi vida. Ella me dijo, mueve el vientre, enloquece a los hombres, hazte indispensable a las mujeres y vete de aquí. Y eso hice. Ahora estoy en Madrid dirigiendo una pequeña academia de danza del vientre después de 3 años de peregrinación por los bajos de los camiones de ferias. Ahora soy la maestra del Rak Sharki e intento trasmitir mis conocimientos a través de una danza milenaria que sirve, esencialmente, para llevar a la práctica la teoría del “polvo pendiente”…."

martes, 3 de septiembre de 2013

Res ipsa locutorum


Tendemos a darle demasiada importancia a las palabras que, en muchas ocasiones, contradicen a los hechos. Se nos llena la boca de sujetos, verbos y predicados sin tener la precaución de confirmar que lo que decimos y lo que hacemos no sea lo contrario lo uno de lo otro. Y si nos da por echar un vistazo alrededor, en la mayoría de los casos, muchas de las personas que nos rodean tienen esta fea costumbre. Me explico.

Normalmente suelo darle poca importancia a este tipo de contradicciones porque, a lo largo de mi vida, me he ido topando con gente que me decía una cosa y hacía la contraria y ando en este asunto acostumbrada. Recuerdo una panda que su constante era “te amo”. Daba igual la situación. Te veían y a los dos minutos te soltaban la frase que, por otra parte, valía para todo bicho viviente, bípedo o cuadrúpedo. Pero de la que te despistabas, te dejaban como un trapajo a poco que se aburrieran o te salieras del rail. Del “te amo”, a “puta loca enana” iba un espacio tan largo como un suspiro sin mediar más causa que el aburrimiento. Hay otra variedad, el silencio, y en este caso se agradece porque por lo menos no te ofende la inteligencia la falta de ella en sus palabras.

El caso es que la comparanza de este tipo de personas que me ha venido al magín con las que, “Deo Gratias”, forman parte de mi vida a día de hoy es lo que me ha provocado este revoltijo de palabras que, sin duda alguna, irán acompañadas de sus correspondientes actos. Debe ser porque me voy acostumbrando a la coherencia de la gente que hace y dice lo mismo y desacostumbrándome a la hipocresía de quienes dan tanto valor a sus palabras como a las personas a las que van dirigidas.

En el Camino, lo que decimos y lo que hacemos van de la mano. Lo que vemos es lo que hay. Lo que decimos es lo que hacemos. Esta es la grandeza del camino y de quien lo hace. Que si nos preocupamos por quien camina a nuestro lado, se lo decimos y actuamos en consecuencia. No decimos “te quiero” cada kilómetro pero nos paramos para esperar al que va más lento. No “nos amamos” cada hora, pero no dejamos solo a quien va sufriendo.

Lo mismo que mis amigos, los de siempre y los de nueva adquisición. No nos decimos que nos amamos a todas horas pero nos vamos demostrando el amor a cada instante. No hacemos lo contrario de lo que decimos porque lo que decimos y los que hacemos se complementa. No usamos las palabras para usar a las personas, ni usamos a las personas cuando estamos aburridos, solos o necesitados. No hacemos nada de eso porque nada de eso es necesario. Me he acostumbrado a lo bueno y ahora me chirría lo mediocre.


“Res ipsa locutorum” o, lo que es lo mismo, “los hechos hablan por sí mismos”. Lástima que todavía haya gente que piense que con las palabras se puede seguir engañando al personal. Solo se engaña a quien quiere ser engañado y el engaño solo dura lo que dura la necesidad. Como diría mi abuela, “tanta paz lleves como descanso dejas”.