martes, 17 de enero de 2012

Año 2012… la cuenta larga


De repente me ha dado por mirar y resulta que tengo un blog casi olvidado. Echándole un vistazo a las entradas, veo todo como va pasando el tiempo, las muchas cosas que han ocurrido, la gente que ha ido apareciendo y desapareciendo y volviendo a aparecer y, al igual que los mayas, me da la ligera sensación que yo también ando en el final de una cuenta larga.

Es una sensación suave, sin aristas, que se ha ido colando sin avisos, sin hacer ruido. Es una idea plantada con el tiempo (siempre el tiempo) y que está germinando de la misma manera en la que se coló: discretamente. No ha sido estentórea, ni se ha manifestado con aullidos. No ha hecho una aparición en escena escandalosa ni ha querido quedarse abigarrada. Ha sido eso, algo obvio, lógico, consecuencia evidente del paso de tiempo…, no! De las cosas, personas o emociones que se ganan, cambian o pierden con el paso de tiempo. Así casi mejor.

Para los mayas el tiempo era cíclico. Se repetía en distintos ciclos para formar una cuenta larga cuyo final, en contra de lo que piensan algunos visionarios, no significa el fin del mundo sino el final de una concepción del mundo tóxica para los seres humanos, su relación con la naturaleza y con otras especies. Es más un cambio de plano de conciencia que un abrupto puñetazo de los dioses en la mesa del planeta. Vamos, que sigamos haciendo planes de vacaciones para el 2013 que el año 2012 no se va acabar el invento.

La cuestión es que, con la curiosidad que me despiertan los mayas, me he dado cuenta de algo que me hace coincidir con ellos: yo también ando al final de mi cuenta larga. También para mí se acaba mi mundo tal y como lo tenía concebido, y voy pasando suavemente a otro plano de conciencia donde se ve con más claridad el tablero de juego que me ha tocado jugar, con la perspectiva del tiempo. Ya no hay tantas preguntas que responder, ni tanta gente a la que añorar. Ahora las cosas cobran su importancia en función de su valor, no de la función que ejerzan. Me da la ligera sensación de que las miradas son más finas, menos ordinarias y que las palabras, polisémicas en sus intenciones, no dejan tanta huella dolorosa. Veo a mis amigos en su justa dimensión, con sus glorias y miserias y en esa visión equilibrada, empiezo a ser indulgente conmigo misma, con mis decisiones (algunas de ellas acertadas) con mis errores (cielos, son tantos!) y con algunos de mis aciertos.

Me he acostumbrado tanto a los silencios como a las ausencias porque yo misma callo y me escapo por pura supervivencia. Y en ese vacío de emociones y presencias descubro la cura contra mí misma, el tratamiento contra mi pasado y me regalo, entonces, momentos de memoria olvidados…, tan olvidados que quisiera recordarlos. Y en medio de este trajín, en este ir y venir de tesoros descubiertos, noto que falta algo: la deuda contraída y no pagada con el amor.
Me temo que el día que dieron esa lección andaba yo en otras vainas. No entiendo muy bien la cosa esta de amar y, después de tantas equivocaciones, de tantos latidos a personas equivocadas, de tantos descalabros y quebrantos, llego a la lógica conclusión de que soy yo la que no sabe amar ni como hacerlo. Y posiblemente, con este cambio de plano de conciencia, aprenda la última lección de vida y se me de la posibilidad de comprender los insondables misterios del amor. Que digo yo que no tiene que ser muy difícil cuando hay gente, y doy fe de ello, que ama y deja de amar con la misma facilidad de un cambio de ropa o de zapatos.

El caso es que con el fin de mi cuenta larga voy haciendo balance y hay muchas más luces que sombras. Estoy contenta. Pero cuando llegue ese día, que no sé yo si será el 21 o el 22 de diciembre, me va a encontrar con un amplia sonrisa y al lado de los que más quiero. Posiblemente tomándome una copa y brindando por un cambio que, estoy convencida, nos va a hacer crecer y nos va a acercar a las personas que pensábamos olvidadas y que nos quieren de verdad. Por cierto, feliz 2012.