Si hay algo que no me caracteriza
especialmente es la delicadeza en decir las cosas. Borde y borrica son dos
adjetivos que mis amigos suelen acompañar al final de mis palabras. No es
precisamente la delicadeza mi fuerte y, pese a que debería pensar antes de
hablar en muchas ocasiones, termino por dejar salir mis pensamientos libres de
ataduras convencionales.
No hace poco, en una velada que
apuntaba maneras, se vio truncada por un comentario que se me atragantó entre
el jamón y el vino, y del que salió despavorida una frase que acabó con la cena
y el posible desayuno. Algo así como “¿y esa gilipollez la has pensado tú
solita o la has copiado del Facebook?”. En fin, así vamos mal.
A veces consigo aguantarme las
palabras y paso a que no se me note en la cara los pensamientos. Algo así como
una expresión donde ni pestañear me atrevo no sea que se confunda con el tic del
presidente. Una cara plana, inexpresiva, sin connotaciones no verbales para no
caer en el abismo de imprudencia de decir algo inconveniente que me haga
perder, si no momentos excitantes, por lo menos agradables. Pero nada. Hasta en
esa inexpresión se me nota la intransigencia con la estupidez. Y eso que
siempre digo que a mí me provocan por el magín y no por las bragas. Pues ni por
esas.
A ver como lo digo para que no ofenda.
Verás. Me importa tres cojones la vida privada del personal, los programas del
corazón y los chismorreos de tertulias y entrevistas. Me provocan arcadas. Así
que debido a mi “déficit de atención a las cosas estúpidas” no sé cuál es la
última “noticia” de la que habla todo el mundo. Entiendo que interese a según qué
tipo de personas, pero ese no es un tema del que pueda entablar una
conversación con nadie. Así de aburrida soy.
Soy de las que leo. Sí. Pero no
las memorias de Belén Esteban, de la que la criatura va por la séptima edición (aquí,
¿ves?, voy a pensar mis palabras). Estoy con las de Trajano, pero creo que esas
no van a interesar salvo a según que tipo de personas que, por alguna extraña jugada
del universo, no se prodigan en mi cama (Nota: acostarse solo con gente que
piense y le guste la buena música y el teatro).
Lo de hacer ejercicio no es solo el
de origen sexual. En este apartado extiendo el significado de la frase a hacer
pilates, caminar, montar en bici…, incluso soy tan generosa que acepto ir de
compras como animal de compañía, así que cuando me refiero a hacer algo de
ejercicio no solo me refiero al “único” ejercicio. Cuestión de tener la mente
abierta.
No me llama especialmente la
atención las personas que se tiran horas frente al espejo pensando que ponerse
o que dedican minutos y minutos a pintarse el ojo y montarse en el tacón. Debe ser
porque, como para mí Fátima cerró el quiosco, el arreglo superficial de los
demás me trae al pairo. Así que me echen en cara que no diga lo guapas que
están después del tiempo que se han tomado para conseguirlo (en algunas
ocasiones con escaso resultado), no me hace sentirme especialmente mal. Todo lo
contrario. Me hace sentirme especialmente ágil y salir corriendo dejando a toda
tu belleza plantada.
En resumidas cuentas. No soy una
persona convencional y en ese “no convencionalismo” no me interesa lo que al común
de los mortales sí: ni el balón de oro, ni las disputas de alcoba, ni los
cuernos, ni los consejos de amor para salir de una crisis. Todo eso, no solo me
parecen estupideces, sino que me provocan reacciones físicas en la piel en
forma de urticaria. Sí hay algo que me resulte atractivo es la inteligencia, la
capacidad de hacer reír y el compromiso social. Tan sencillo como eso. Sin oropeles,
sin grandes alardes.., así, simple como el mecanismo de un chupete.
¿Y a cuento de qué escribo todo
esto? No hay ninguna razón. Porque me sale del mismo parrús y porque hoy se me
han atragantado las tostadas y el café. Manda cojones.