martes, 31 de julio de 2012

Mil Gracias Alteza por preguntar sobre la seguridad en Madrid (Alberto de Mónaco, claro)



El otro día viendo la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos, me dio por hacer un pequeño juego de imaginación y me propuse visualizar una posible ceremonia en España si Madrid hubiera logrado ser sede olímpica en aquella disputa con Londres. Si hubiéramos ganado y, dicho sea de paso, se nos hubiera ocurrido la misma idea del “garbeo histórico” de nuestro país y la aportación al resto del mundo, los sucesos y protagonistas hubieran sido otros. Para hacer este alarde hay que ponerse en la piel de los dirigentes actuales y en su bien demostrada capacidad para trasladar al mundo entero la fotografía en movimiento de España. Terminé malita pero lo conseguí.

Nosotros, por ejemplo, no tenemos un James Bond que guarde las espaldas reales en este tipo de ceremonias, pero en este caso hubiera dado lo mismo, sacamos a relucir a Torrente y sus “pajillas” y con eso copamos nuestra parte de héroe nacional. Sin participación regia, por supuesto, que no veo yo al rey prestándose a esas tomas cinematográficas…

En cuanto al logro histórico, se me viene al magín la sempiterna hazaña del descubrimiento de América, pero claro, a ver como explicamos al mundo que: primero, fue de casualidad; segundo, conquistamos a varias naciones precolombinas con un puñado de borrachos, griposos y sifilíticos (estaría feo para los países latinos) y, tercero, aportación, aportación…, tanto como aportación, pues tampoco, porque aquella “hazaña” no benefició en absoluto el devenir de la humanidad como la Revolución Industrial. De hecho, no le hubiéramos podido poner una batucada de banda sonora a la representación de la cosa esta histórica sino que hubiéramos tenido que tirar de repertorio catequista o, como mucho, gregoriano católico y polifónico… ya estaba viendo a esos hombres desembarcando de una carabela, cruz en ristre cantando salmos… Bueno. Era una opción.

Música. Veréis, es que frente a los Beatles, a los Rolling, a Mike Oldfield y Queen, por poner unos ejemplos tontos, lo hubiéramos tenido una poco más difícil porque, a los diseñadores del espectáculo no se les habría ocurrido tirar de Granados, Falla, Albéniz o, si me apuran, al maestro Rodrígo. Para la ocasión que mejor que los temas de la Pantoja, Paquita Rico o, como mucho, Raphael y Julio Iglesias. Proyección internacional. Moda de modas y sentir musical.

¿Y en cine? Pues “Marcelino, Pan y Vino”, “Currito de la Cruz” o “Las Chicas de la Cruz Roja”. Se hubieran pensado, durante un minuto nada más, “Bienvenido Mr. Marshal” pero lo hubieran desechado por exceso de talento, como Almodóvar (a este también por “raro”), Menen o Amenábar. Del teatro ni hablamos, nicho de rojos pensantes. Pasamos por encima de Calderón, Lope de vega, Poncela y Maura… si acaso algo de Arniches y ya… que tampoco el teatro es que nos vaya a definir en el exterior.

¿Qué mas nos falta? ¡Ah, si! La tele… Un repaso por… espera que ya lo tengo… por, este… como era el nombre… si hombre, ese programa que ponían y que… cachis, memoria tengo oiga…. Bueno, cuando me acuerde lo digo…

Al final, ya veía yo una ceremonia llena de toros de lidia, orgullo patrio símbolo de valentía y tradición, donde esos animales de casta reciben el homenaje de morir lenta y dolorosamente, mientras se desangran en la arena, para el solaz de los verdaderos españoles y olé… bueno, un momento, igual esto habría que tamizarlo un poco porque hay países pelín amariconaos que tanta bravura puede herir su sensibilidad. La India, por ejemplo… uy no, que en la India no son los toros, son las vacas… bueno, mejor lo dejamos en un paseíllo torero marcando paquete para que se valore mundialmente los atributos de los españoles.

Hasta aquí llegué. En este punto apagué la tele y me fui a dar un paseo. Después del ejercicio solo me quedaba dar las gracias a SAR el Príncipe Alberto de Mónaco por aquella pregunta sobre la seguridad en España si volaban a Madrid los trigésimos Juegos Olímpicos de la era moderna. Aquella cara de Gallardón y aquel cabreo nacional que, estoy segura, se ha tornado en una ola gigante de agradecimientos. Alteza. Gracias, gracias y mil veces gracias.