lunes, 10 de marzo de 2014

Y mira que nos complicamos la vida


A veces nos empeñamos tanto en buscar lo exquisito que se nos pierden las cosas buenas. Y las cosas buenas son cosas sencillas. Cosas como caminar por la naturaleza, tomar una cerveza con los amigos, ir al teatro, al cine o simplemente leer un libro en silencio al lado de esa persona, que tampoco es nada exquisito, pero que sin ella la vida es bastante más gris.


Nos hemos acostumbrado a buscar aventuras radiantes, situaciones deslumbrantes, momentos épicos cuando la felicidad se esconde en ese día a día que nos han dicho que es anodino y vulgar. Es esa sensación de familiaridad con la que metes las llaves en el bolso de ella o ese momento relajante en el que haces planes de dos para cuatro. Son esos “¿A ti qué te parece?”, “Prefiero comer pescado” o “llego tarde a casa haz tu la compra”. Son instantes que pasan casi inadvertidos por cotidianos, instantes que sin querer se aferran a la vida pegándose en las paredes de la memoria, en un rincón casi olvidado. Son instantes en los que no nos detenemos a mirar pero que forman el puzzle de nuestra felicidad. No nos damos cuenta hasta que faltan, y cuando faltan….


No. No son ni el boato ni los oropeles. Ni es la persona extraordinaria y desmedida. Es lo simple, lo cotidiano… Es quien te mira con los ojos cerrados y te arranca la sonrisa. Y aun así, aun sabiéndolo, mira que nos complicamos la vida.