A veces, solo a veces, la vida
nos manda un mensaje tan contundente que es difícil ignorarlo. Por mucho que te
hagas la sorda, te afilies al partido autista, vayas silbando mirando al techo
o escondas la cabeza bajo el brazo de quien corresponda, el mensaje llega se
instala y te deja mirando “pa Tudela”, por poner un ejemplo.
Son esas “cosinas” que la vida te
tiene reservadas, que te sorprenden, que no sabes como manejarlas y que tardas
tiempo en etiquetarlas… tardas, porque te emperras en que todo aquello que no
decides de manera consciente, racional y lógica, no debe de ser bueno ni para la digestión. Pero ,
hete aquí, que la vida, en su inmensa sabiduría (ay que joderse con los
conocimientos) te echa el alto, te pone el cartel en las narices y te invita a
cambiar de camino. Cambiar, he ahí la cuestión.
Hace poco -mejor dicho-, hace
nada, alguien a quien me ha tocado querer sin yo quererlo, está pasando por uno
de esos trances de cambio existencial que te sacuden el alma de la misma manera
que el bolsillo (lo digo por la cantidad de pasta que inviertes en libros de
autoayuda, psicólogos, cenas con los amigos o cañas a deshoras). Y, la verdad es que no me
sorprendió. Visto desde fuera era obvio que tanta resistencia tendría como resultado
esos movimientos convulsos que nos dejan “pal arrastre” y que conllevan esas
últimas reticencias al cambio. Cambiar de vida, de punto de vista vital, de
prioridades, de quereres, de amistades, de pareja, de sensaciones…, de todo eso
que te ata a un pasado que no ha funcionado, que te ha desviado de tu camino,
que te ha convertido en una más, que te confunde y te engancha a malestares
incurables, es un proceso doloroso, incomprendido, a veces no deseado y, sobre
todo, desprevenido. Pero hay que hacerlo, y ves esa necesidad en los otros de
una manera clara y meridiana…, pero en ti, no.
Así que, observando esos centros
al área de la vida en campo ajeno, esas canastas desde la otra cancha que no es
la mía, me ha dado por pensar que yo también debo estar en un proceso de cambio
porque me levanto con esas ganas irresistibles de emprender cosas y alejar
gente. Y te das cuenta de esas veces que te sientas en “esesofáquepareceuncampodefutbol”
mientras escuchas, que te diría yo, a Renata Tebaldi, pones pausa en la lectura
de un tratado de Antropología y descubres que (atención a la frase) para que
vas a tratar a alguien con prioridad si te trata como opción. Y es entonces
cuando, en el fragor de la superfrase, en esa exaltación por la ocurrencia
narrativa te das cuenta de que has empezado un proceso de cambio que ya es de
todo punto imparable. Con las mismas, sigues leyendo el libro y farfullas una
frase: “pues que les den”. Y te quedas, con las mismas, más ancha que larga.
Me han dicho que cuando no hay
resistencias al cambio y te dejas fluir se te pone el cutis terso como si lo
hubieras metido 15 minutos en el congelador. Me parece exagerado, pero sí que
se nota otra expresión en la cara y, sobre todo, en la mirada. La tienes, no
se, como más brillante, más clara, más limpia. Se te pone una de esas miradas
que iluminan y enganchan. ¡Qué se lo digan a la del cambio que se le va
pareciendo la mirada a dos faros halógenos!
Pues eso, que no deben de ser tan
malos los cambios estos cuando le dejan a una buen cuerpo y mejor jeta.