Seguro que muchos de vosotros
sabéis de mis locuras con la bici porque andáis cerquita cruzando los dedos
para que no me piñe. Por eso sabréis que el pasado septiembre participé en una prueba
cicloturista por la sierra de Madrid donde una chavala tuvo un accidente en el
Puerto de La Morcuera que pintaba, ya en los primeros momentos, muy mal.
Era un día soleado, pero subiendo
el puerto se puso a llover. Las bicis y la lluvia no se llevan bien y, si para
colmo sopla el viento, la cosa se complica. Bajando hacia Rascafría a Eva, la
chica del accidente, se le fue la bici por la conjunción de una serie de
factores: la lluvia, el viento, la estupidez de cuatro descerebrados que se
toman una prueba cicloturista como si fuera el Tour… y chocó contra un “quitamiedos”.
La cosa podría haberse quedado ahí. Una costalada y ya. Como tantas otras que,
no solo ella, sino todos los que montamos en bici nos hemos dado alguna vez. Pero
no. Salió catapultada por el barraco y aterrizo con la espalda en un árbol. Malo.
Se secciono la columna. Los que íbamos por detrás ya vimos la gravedad… y ella también.
Y para colmo las complicaciones de llevársela a un hospital debido a que el
helicóptero no podía aterrizar entre tanto árbol, tanta lluvia y tanto viento.
Decir cómo se nos quedó el cuerpo
es una perogrullada. Pensar que nos podía haber pasado a cualquiera de
nosotros, otra. Recuerdo que bajando el puerto, empapada, helada y acojonada,
solo podía pensar en cómo se le había truncado la vida a la pobre, con su
juventud partida por la mitad. De hecho, entre curva y cuesta, pensaba que
hubiera hecho si eso mismo me hubiera sucedido a mí. Sombrío, ¿verdad? A mí,
que tanto me mola caminar y montar en bici…
Hoy, uno de mis peregrinos me ha
enviado un recorte de periódico donde aparecía ella y su futuro. No solo ha
aceptado su nueva situación sino que se ha propuesto nuevas metas que igual,
antes del accidente, no podría haberse ni planteado. Ahora quiere competir en
los Juegos Paralímpicos (Historia de una superación).
Además, en una cuenta de Twitter
he visto un artículo interesante sobre las coincidencias, esas situaciones de
la vida que supuestamente suceden por y para algo. Y claro, me ha dado por
pensar. ¿Es posible que hasta un accidente con resultado de tetraplejia sirva como
vehículo para alcanzar algún fin? ¿Puede ser que el diagnóstico más nefasto,
léase un cáncer, en uno mismo o en un familiar sirva para darte cuenta que
igual, solo igual, el centro de la vida no se mide desde tu ombligo? ¿Pudiera
ser que rupturas, despidos, crisis y demás traumas solo sean una pieza que
complete una vida, la tuya, que andaba pelín desorientada? O sea, ¿Qué muchos
de vosotros estáis en mi vida respondiendo a una oculta razón?
Me da la ligera sensación de que
a veces tomo decisiones que sistemáticamente la vida se encarga de que no se
lleven a cabo. Suelo empeñarme, trazo plan de acción y lo ejecuto. Medito las
situación, sopeso pros y contra y una vez que lo tengo claro, tiro “palante”. Habitualmente
lo suelo hacer en aquellos aspectos más personales, en lo relacionado con echar
de mi vida a gente que no me encaja pero que, de manera recalcitrante, y pese a todo mi empeño, vuelven
y vuelven y vuelven. Cansina la cosa. ¿Es esto la sincronicidad y las
coincidencias?
Como no tengo respuesta vuelvo
con otra pregunta ¿Sirven ejemplos como el de Eva para modificar nuestras
prioridades? ¿Es el toque de atención para darle valor a lo que verdaderamente
lo tiene? ¿Pueden hacernos aprender en pellejo ajeno? A mí, desde luego, me ha
dejado pensando