viernes, 12 de octubre de 2012

Todo por un sello (II)


Reconozco que desde qué el boludo de Daniel nos mandó esa caricatura de extraños personajes con ampollas en los pies y cara de iluminados, cada vez que ando con ganitas de camino la busco, la miro, cierro los ojos y vuelvo a caminar con ellos hasta que se me pasa el chungo de la añoranza. El tiempo de observación suele variar pero las ganas de volver al Camino, son cada vez más frecuentes.

Cuando se me escapa la mirada y desconecto del exterior, quien me conoce sabe que ando lejos, posiblemente con una mochila y un palo subiendo un puerto. Lo saben. Sí. Pero no lo entienden. Y es difícil explicarles que tiene el Camino que atrapa a tanta gente, tan distinta y tan poco común. Es como el chiste: ¿qué hacen dos argentinos, dos italianos, un alemán, una belga, dos abertxales, dos catalanes, una andaluza, una gallega y dos madrileñas en un pueblo de 300 habitantes un verano a las 15:00 de la tarde? Respuestas varias. La más cercana sería, tomando cervezas y planeando los 45 kilómetros del día siguiente... ¡A pie! Bueno, sé de una que lo haría reptando, pero esa es otra historia gondolera...

Y no puedes dar una respuesta lógica a la ilógica razón de caminar cada día más de 30 kilómetros, madrugón puesto y cansancio asegurado, para llegar a una ciudad símbolo de una fe que no tenemos y cumplir con un rito que no practicamos. Pura esquizofrenia. Pero lo hacemos. Felices como niños, disfrutando cada segundo, echándonos de menos sin habernos ido y buscando razones para explicar que caminar, sólo caminar, es lo que nos mueve. Y no es cierto.

No es sólo caminar. No es dar un paso detrás de otro. Es mucho más que el lento movimiento de avanzar impulsado por las fuerzas de tus piernas. No. No es sólo caminar. Es compartir, respetar, cuidar, comprender.., es la máxima expresión de la generosidad, la sinceridad y la amistad. Es saber que aunque camines solo no estas solo y que cuentas con alguien que te cuida, te respeta y te quiere, sin grandes alharacas ni estridencias, sin esperar nada a cambio... Algunos a esto lo llaman amor, yo no creo en el amor, pero si existiera semejante cosa sería exactamente esto: la ilógica razón de caminar.

Ahora, con el otoño encima, con esa realidad tóxica y este ambiente de violencia. Con las sempiternas injusticias que tan recalcitrantemente se empeñan en perpetuar. Entre gritos, caceroladas y golpes de antidisturbios es cuando más miro esta caricatura de aquellos extraños personajes que les dio un verano por caminar. Y cuando lo hago, más convencida estoy de empezar una nueva etapa vital, lejos de tanto ruido, en la paz del Camino con un albergue peregrino y un refugio para perros.

Es simplemente caminar y facilitar que otros lo hagan. Pero sobre todo es escapar de lo que no te hace ser mejor persona, de la gente tóxica que te enferma y de mentiras y engaños que solo sirvieron para alejar. Es acabar un capítulo donde la gente que estaba lejos siga estando muy lejos y la gente que está cerca continúe estando muy cerca. Es cerrar una casa llena de memorias olvidadas y abrir otra nueva para crear nuevos recuerdos. Es eso, cambio, evolución..., algo sencillo, al alcance de todos. Es simplemente vivir y caminar.., sobre todo caminar.