lunes, 6 de octubre de 2014

De la palabra polisémica y engañosa


Te tienes que fiar poco de las palabras porque valen menos que una imagen y, además, tienden al truco verbal del engaño, de la magia del lenguaje y la lengua. Son poco de fiar, digo, pero bonitas…, bueno, a veces son bonitas, en algunos casos muy bonitas, sublimes si las pronuncia Gabriel García Márquez, por poner un ejemplo tonto, pero poco de fiar. Y sin embargo tenemos el mundo lleno de palabras, muchas de ellas polisémicas y engañosas.

Les damos demasiada importancia, las buscamos para refrendar nuestra opinión, para sustentar nuestras ilusiones o para satisfacer nuestras necesidades. Damos demasiado valor a la palabra dejando de lado los hechos… y las imágenes, claro. Así que nos conformamos con la palabra dada y despreciamos, por no ser pronunciado, el hecho que la acompaña… o no.

Por ejemplo. La puñetera frase “te quiero”. Si pudieran nos la podrían de subtitulo para cada día. ¿Te vas a la compra? Subtítulo “te quiero y una lubina de ración, por favor”. ¿Qué estás en una reunión? “Te quiero y me pasas la última versión del plan estratégico para mañana”. Ni te cuento si te vas a la cama... ahí ya, como no la pronuncies, no vuelves a echar un polvo en tu puñetera vida. 

La gente la pronuncia como quien te pide la hora y, mucho peor, la gente espera que se la pronuncien según te presentan. “Hola, soy Petronila, ya si eso te quiero”.., así, de entrada, para evitarnos las consecuencias de un fallo de memoria y una más que posibles broncas de futuro. Está al alza la frasecita y a la baja su significado. Cualquiera “quiere” a las primeras de cambio… otra cosa es dotar de contenido a semejante frase o simplemente aterrizar su significado.

Porque, claro, puede suceder que la persona que con tanta gracia y desparpajo, a la par que velocidad, te suelta la lapidaria resulta que los actos que la acompañan nada tiene que ver con el significado de la misma. Me explico. Te pueden estar breando a “te quieros” constantes y continuos y sus actos lo que te dicen es “que te den, que ya si eso voy a la mía”.

Pero puede suceder lo contario. Que haya gente no diga ni muerta semejante ordinariez y que en su día a día te demuestre más “te quieros” que los que un subtítulo vital es capaz de asumir. Y dicho esto ¿qué es lo que le gusta a la gente por una amplia mayoría? Los “te quieros”, aunque del dicho al hecho vaya un trecho (mira, me ha salido la vena carpetovetónica).

Yo no soy de “te quieros” soy más de la banda de “el movimiento se demuestra andando”. De hecho desconfío de quien, a las primeras de cambio, me dice que me quiere porque se, por experiencia, que a las primeras de cambio me decepciona. En cuanto se pone a tiro otro escenario más suculento, el plato del “te quiero” no sirve ni para postre y te quedas con la palabra colgada y el hecho en descomposición.

Sea. Asumamos que nos “quieren” a borbotones. Asumamos, por tanto, que la frase es cierta. Venga, tengamos ese alarde de generosidad y creamos. Ok. Nos quieren, sí pero… ¿para qué? Ese es el quid de la cuestión, la gran pregunta… esa que te dará la respuesta acertada o no. Sí, me quieres pero ¿para qué me quieres? Algunos no están preparados para la respuesta y seguirán prefiriendo solo un "te quiero" de lentejuelas.


jueves, 26 de junio de 2014

Lecciones


El otro día hablando con una amiga, de esas que duran años, comentábamos como ineludiblemente el paso del tiempo ejerce su docencia de manera silenciosa. No da lecciones en aulas magnas, ni pontifica enseñanzas desde pulpitos… pero enseña. Y repasando lo aprendido nos dimos cuenta de que nos ha enseñado lo mismo a las dos y claro, la pregunta era obvia. ¿El paso del tiempo enseña lo mismo a todos o hace distinciones entre sus alumnos? Para pensar…

Soy de la creencia de que la lección es la misma para todos pero no todos tienen la capacidad de aprender lo mismo. Por ejemplo. El tiempo te enseña a no confiar desde el primer momento en cualquiera y, sin embargo, cualquiera le vale a algunas personas sin sopesar las consecuencias. Otro ejemplo. Muchos seres humanos dan todo en sus relaciones cuando la prudencia, y el tiempo, te recomiendan una mínima reserva de futuro. Un ejemplo más. El tiempo te muestra la diferencia entre amigos, colegas y conocidos – como te muestra la diferencia entre un buen polvo y una relación- y recalcitrantemente convertimos a los conocidos en colegas y, a estos, en amigos travistiendo la amistad en un simple pasatiempo.

Así que el tiempo enseña pero no garantiza el aprendizaje. Y el tiempo enseña a todos por igual. Otra cosa es que seas capaz, o quieras, aprender sus enseñanzas.

Y una de las cosas que te enseña es a disfrutar de deliciosas veladas con la gente a la que quieres y te quiere de verdad. Esas risas compartidas, vino en ristre, mezclando confesiones y complicidades. Repasando otros tiempos de errores y aciertos, sabiendo que sí, que echando la vista atrás hay cosas que no harías, de las que te arrepientes y que las enseñanzas recibidas por vivir aquellos momentos eran prescindibles.

-          ¿De qué te arrepientes?, me preguntó.
-          De lo que se arrepiente casi todo el mundo aunque no lo diga: de compartir momentos de tu vida y energías con personas equivocadas.

Pero el arrepentimiento no otorga la oportunidad de rectificar y volver a elegir lo correcto, así que lo único que te queda es no repetir las mismas situaciones ni las mismas personas. Lo que viene siendo un acto de contrición de andar por casa.  

Y llegados a este punto, después de una magnífica botella de vino del Priorat, comparto el consejo que me dio mi amiga: si alguien te quiere, te lo demuestra y no solo te busca cuando te necesita o no tiene nada mejor que hacer. Más de una/o se va a sorprender cuando no haya respuesta para una cerveza…

viernes, 25 de abril de 2014

Palabras pensadas


-          - Tienes las ganas encalladas entre el alma y la cabeza
-         -  Ganas, ¿de qué?
-        -   De hacer lo que quieres sin pensar en lo que necesitas, en la lógica de la vida…
-         -  Lo que quiero eres tú
-         -  Pero no lo que necesitas

Podría ser un pasaje de la nueva obra de teatro o simplemente palabras pensadas que se atragantan entre el corazón y la cabeza…


Eres como una tarde cálida de junio con amenaza de tormenta que siempre estalla… Como el viento que nunca amaina, que jamás se convierte en brisa.., eres el deseo concedido que nunca debió perderse…

¿Ves? Yo también soy capaz de acariciarte el alma con palabras…




martes, 8 de abril de 2014

Por cotidiano… (Explorando el mundo. Parte 1ª)


Hoy me he levantado así, de aquellas maneras. Básicamente pensando y observando… observando el día a día y buscando los detalles que lo hacen tan valioso. Al día a día, me refiero…

Primero de todo: la capacidad de comunicar. ¿No os habéis dado cuenta de que hablamos y no nos entendemos? Y no es por incapacidad lingüística, noooo… algunos hasta tienen un buen demostrado nivel de vocabulario. No. No nos entendemos porque no nos escuchamos, y no nos escuchamos porque, en la mayoría de la ocasiones, o desviamos nuestro interés hacia esa zona personal ubicada entre el pubis y el ombligo, o nos hemos quedado en la superficie sin ganas de profundizar en lo que la otra persona nos dice. Pero existe una paradoja. Nos interesa poco lo que nos dicen pero nos encanta que nos lo digan. Así somos de incongruentes.

Segundo: la facilidad para hacer reír. Sí, si. No todo el mundo tiene esa capacidad sanadora de arrancar una sonrisa al personal, ese traje de bufón existencial por el que hasta los momentos más duros tienen mejor tránsito con una sonrisa… De hecho, cuando por las mañanas observo a la gente con la cara cual bisonte, siempre pienso que eso no tiene que ser bueno. Pero tiene que ser peor pensar que el personal está loco cuando sueltas una carcajada en mitad de un semáforo (doy fe) porque aquello no cuadra con la solemnidad de la vida. Es curioso, buscamos la risa pagada en espectáculos circenses y rechazamos la bendita locura de quien te hace reír sin que lo esperes. Aviso a navegantes. Son este tipo de personas con las que merece pasar un buen trayecto de tu vida.



Tercero: la valentía de acariciar. Y seguro aquí nos hemos puesto guapos. Pues no! No es la valentía de acariciar para lograr mezclar tu sudor y el mío. Eso, aparte de ser una necesidad, no deja de ser sencillo. No. Acariciar para comunicar, volvemos a lo primero de todo, para decir lo que a la palabra se le escapa. No es una caricia carnal, es una caricia al alma que hacen nuestras manos. ¿Difícil? Pues tampoco, solo hay que ser valiente para obviar la confusión de quien interpreta lo contrario al mimo. Si hay confusión se aclara… o no. Pero que el malentendido no te deje dejar de acariciar.

Y todo esto, y más que se me ocurra según vaya observando, es el día a día. Pequeños tesoros que por cotidianos se nos escapan, nos pasan desapercibido. Es una lástima porque, a veces, por cotidiano se nos olvida el valor de cada día.

lunes, 31 de marzo de 2014

Explorando más allá de los sentidos


Hace poco he recibido dos regalos, por mi cumpleaños obviamente, de esos que te tienen entretenida y te hacen pensar. Si los pones uno al lado del otro no tienen nada que ver, uno es un libro y el otro un viaje, pero ambos tienen en común que te hacen explorar, ver más detenidamente… y no solamente con los ojos.

El libro reconozco que me ha dado el método para observar, casi antropológicamente hablando, de la realidad que me rodea. Olores, sabores, tactos, emociones… así que nos pasamos Petronila y yo los días de bici, libro en ristre, parando en rincones curiosos y observando. De hecho, recopilo “muestras”, “cuerpos del delito” de sentimientos incipientes o moribundos… es fácil sentarse y observar como la vida, incluyo al personal, va escribiendo un relato en el que todos participamos y en el que estamos, nos guste o no, interconectados. Es fácil, sí, pero que poco lo hacemos… así que ando con mi librito explorador, mi boli, poniendo atención a lo que me rodea y… flipo. Vamos, que estoy de lo más entretenida.



El segundo ha sido un viaje para descubrir una nueva forma de comer a caballo entre la experiencia sensorial y la empatía personal. ¿Intrigados? No me extraña porque es algo tan sencillo y complicado a la vez, que me cuesta expresarlo. El regalo era sencillo: viaje a Barcelona (perdón a mis amigos barceloneses pero la agenda del finde andaba apretada y no había hueco. Prometo regresar), recorrido por la ciudad y cena en un restaurante en el que no podías usar tus ojos para comer porque era una cena totalmente a ciegas. Sí, a ciegas. Los camareros son invidentes y son ellos los que te guían durante el tiempo entre los entrantes y el postre. Te conviertes por un rato en dependiente, en discapacitado dependiente que no es lo mismo, de aquellos de los que pensamos que dependen de nosotros, videntes completos y orgullosos.



Por un rato estás perdida, asustada, frágil, hasta que poco a poco vas haciéndote a esa nueva realidad y…, pones a trabajar tus otros sentidos. Y es en ese momento cuando descubres otro universo, en algunos momentos más rico, en muchos más aleccionador y en todos mucho mucho más humilde. Calificas olores, sabores… agudizas la sensación táctil y juegas a ver si eres capaz de reconocer los sabores en la oscuridad. Es increíble cómo nos condiciona la vista y hasta qué punto nos hace libres la oscuridad. No en vano, en momentos importantes de nuestra vida tendemos a cerrar los ojos y a ver con otros ojos. Con los del corazón o con los de la imaginación, que casi siempre van de la mano.

Quizás lo que más me impactó fue el tacto de las manos de Pilar, nuestra camarera invidente, entre tierno y seguro, guiándonos por una realidad desconocida donde volvimos a ser niñas perdidas (es que éramos todos chicas). Y es un poco como en nuestra vida. En muchas ocasiones, invidentes emocionales, buscamos una mano que nos guie, que nos muestre el camino. Una mano donde reposar y estar seguros… pero, cuando te acostumbras a la oscuridad, a la falta de luz que crees que no tienes, esa mano ya no es necesaria sino que se complementa. Dejas de ser dependiente y simplemente compartes, te pones a la misma altura y haces en momentos también las veces de guía… y es entonces cuando se acaban los miedos y las inseguridades. Es como descubrir la sombra de la luna y ver que es simplemente perfecta.



Por cierto, el viaje a Barna también me ha servido para reconciliarme con una ciudad de la que tenía muy malos recuerdos, de esos que te gustaría no haber tenido nunca y que solo han servido para dar significado a la palabra olvidar. Ahora sí que sí: Barcelona tiene una melodía preciosa.



lunes, 10 de marzo de 2014

Y mira que nos complicamos la vida


A veces nos empeñamos tanto en buscar lo exquisito que se nos pierden las cosas buenas. Y las cosas buenas son cosas sencillas. Cosas como caminar por la naturaleza, tomar una cerveza con los amigos, ir al teatro, al cine o simplemente leer un libro en silencio al lado de esa persona, que tampoco es nada exquisito, pero que sin ella la vida es bastante más gris.


Nos hemos acostumbrado a buscar aventuras radiantes, situaciones deslumbrantes, momentos épicos cuando la felicidad se esconde en ese día a día que nos han dicho que es anodino y vulgar. Es esa sensación de familiaridad con la que metes las llaves en el bolso de ella o ese momento relajante en el que haces planes de dos para cuatro. Son esos “¿A ti qué te parece?”, “Prefiero comer pescado” o “llego tarde a casa haz tu la compra”. Son instantes que pasan casi inadvertidos por cotidianos, instantes que sin querer se aferran a la vida pegándose en las paredes de la memoria, en un rincón casi olvidado. Son instantes en los que no nos detenemos a mirar pero que forman el puzzle de nuestra felicidad. No nos damos cuenta hasta que faltan, y cuando faltan….


No. No son ni el boato ni los oropeles. Ni es la persona extraordinaria y desmedida. Es lo simple, lo cotidiano… Es quien te mira con los ojos cerrados y te arranca la sonrisa. Y aun así, aun sabiéndolo, mira que nos complicamos la vida.

martes, 18 de febrero de 2014

Enseñanzas del tiempo


Que el tiempo pasa es un hecho. Que nos enseña cosas debería ser una obviedad aunque para algunos, por muchos años que pasen no van a aprender nada. Y esto es otra realidad.

No hace mucho, mi querido Bartolo puso un vídeo de reencuentro de dos elefantes después de 20 años de separación, viviendo una vida de circo e imagino de sufrimiento. Era una especie de experimento etológico -relativo a la etología que es el estudio del comportamiento animal- para saber cuál sería la reacción de unos animales famosos por su memoria pero con dudas sobre sus sentimientos y emociones.



No hace falta ser etólogo para ver que el documental mostraba a dos animales que, pese al paso del tiempo, no solo no se habían olvidado sino que mostraban lo que parece ser un recuerdo vívido de una amistad resistente al paso de los años. Juegan, se acarician, parece decirse al oído mil palabras retenidas por la distancia… se podría ver esa complicidad que otorga los amigos de toda la vida que, pase el tiempo que pase, en el momento del recuentro es “como decíamos ayer”.

Se podría sacar la conclusión de que los animales, por lo menos estos grandes mamíferos, son capaces de estructurar sus recuerdos en función de sus sentimientos quedando para siempre marcado en su memoria la persona que los forjó a golpe de amistad. Podría ser. La pregunta es si estos animales tuvieron la capacidad de forjar esos sentimientos de manera consciente o somos nosotros los que queremos darle esa explicación con la única intención de humanizar el reino animal. No soy etóloga y no tengo respuesta a esta cuestión, pero me asaltan otras: ¿Es necesario que dejemos pasar los años para manifestar sentimientos que simplemente tenemos y no dejamos salir? ¿Somos capaces de guardar “quereres” resistentes al paso del tiempo? Las personas a las que pensamos, que no tenemos al lado pero que no decimos lo que las echamos de menos, ¿se comportarían como estos elefantes? Es más, ¿deberíamos dejar pasar los años para demostrar o no esta teoría? ¿Queremos a pesar del paso del tiempo o como consecuencia de él?

Los animales parecen querer sin condición y nosotros ponemos condiciones para querer. O vemos que nos quieren con condiciones y nos condiciona querer… No lo sé. No llego a tanto. A lo que llego es a mirar a mi alrededor y ver que a veces falta gente, que están lejos o lejanamente cerca y que, si hay que esperar 20 años para analizar nuestras reacciones, es posible que el experimento se quede poco menos que en agua de borrajas. Posiblemente lo que nos diferencia de los elefantes es que ellos, en su simplicidad, solo usan un factor, el del corazón, en el reencuentro y nosotros ponemos, además, el de la razón.

¿Cuáles son las enseñanzas del tiempo entonces? Una fundamental: que sí, que queremos a pesar del paso del tiempo pero que es ese mismo tiempo el que nos condiciona el querer. Queremos porque necesitamos querer y ser queridos pese a que el gran secreto es que deberíamos querernos para aprender a querer.