miércoles, 20 de febrero de 2013

Un mundo sin palabras no nos volverá mudos, sino ciegos



Desde que he leído esta frase genial de Juan José Millás, lleva rondándome la cabeza con ganas de ampliarse. Lo primero que me ha salido es una apostilla en la creo firmemente: en función de la cantidad y calidad de las mismas podrás ver más o menos, con más o menos claridad y tu Universo será más o menos amplio. Bien. Dicho queda. Y hasta ahí puedo leer…, o mejor dicho, escribir.

La verdad es que estaba contenta. Volvían las palabras a alborotarse y a querer salir. Bien, buenas noticias para mis amigos que no hacían más que pincharme para que volviera a escribir. Y aunque la excusa siempre ha sido el volumen de trabajo, lo cual es cierto, el verdadero motivo es que no escribía porque no tenía muchas cosas que decir. Meditando sobre esta idea me di cuenta de que quizás he perdido el placer de la escritura como acto generoso de compartir esa faceta poco conocida de mí misma (Me dice mi Cris Cris que soy muy “padentro”, y si ella lo dice…) pese a que he descubierto y ampliado el recurso de la escritura como herramienta para compartir información y conocimientos. En otras palabras. Se me ha escondido la capacidad de escribir lo que me sale del corazón versus lo que me sale de la cabeza. Escribo sobre comunicación, política, lenguaje, periodismo, antropología (preparándome para matricularme el curso que viene y así voy adelantando), incluso economía… escribo todos los días con estilo, con oficio, porque esto de escribir es un oficio.., escribo para informar y concienciar pero no escribo ni para amar ni para llorar. Lo primero porque no creo, lo segundo porque no me sale. Pero tampoco escribo para expresar lo que siento sin tener que ponerle voz. Escribo porque tengo que escribir no porque quiera hacerlo.

Así que, así las cosas, cuando la frase de Millás me regaló una apostilla tan breve me dio un vuelco el corazón pensando que las palabras atrapadas tenían ganas de salir. Pero no. Solo fueron unas pocas rebeldes que quería coger aire, el resto sigue durmiendo entre algodones y almohadas, en la quietud de un corazón relajado y silente.  Y claro, después de analizar la frase me entró la angustia sobre la posibilidad, no de quedarme muda, sino ciega. ¡Muda ya estoy! Pero no porque no tenga palabras, muda estoy porque no quiero sacarlas, porque no me sale hacerlo. Pero eso no me impide ver y comprender lo que me rodea, eso no me hace ciega a los sentimientos. Me hace “padentro”, como dice Cris Cris, porque después de ver y analizar mi entorno, no tengo nada más que añadir. Quizás porque antes, con las palabras, quería acariciarte el alma y ahora, con su ausencia, lo que quiero es ir borrando huellas.

Es posible que esté dando demasiada importancia a las palabras cuando lo realmente importante es el silencio, ese que nos resulta incómodo y que parece solo la ausencia de sonido. Como dice un refrán castellano, por supuesto cervantino, somos esclavos de nuestras palabras y dueños de nuestros silencios. A lo mejor, después de tanto trajín de verbos, lo que me pasa no es que me pueda quedar ciega o sorda de tanta ausencia lingüística. A lo mejor, lo que me pasa es que ahora soy libre, verdaderamente libre.