martes, 16 de junio de 2009

Con el dardo en la cabeza

Hay veces que, aunque no quieras, se te queda el cuerpo tipo corcho, insensible ante la vida. Esto puede deberse a un impacto emocional de dimensiones cósmicas, a una llamada de la Tesorería General de Seguridad Social o a la parábola perfecta de un dardo en la cabeza. La primera causa del corcho la ha tenido casi todo el mundo (generalizar está feo, hay personas que nadan en las plácidas aguas de la estupidez y no son conscientes de nada. Zopencas se llaman), la segunda algunos elegidos.., al azar, se sobreentiende, de la base de datos de los millones de sufridos contribuyentes que aportan su dineros al sostenimiento del estado del bienestar (anda que no me ha quedado bien la frase ni nada) pero la tercera..,¡ay la tercera! Apenas un par de seres privilegiados pueden decir que tienen un dardo en la cabeza y la zona tipo corcho… o quizás no.

Es posible que todo el mundo tengamos un punto “i”, de insensible, como las mujeres supuestamente tenemos un punto “g” de..., da igual, de lo que sea (aquí que cada uno se acoja las múltiples teorías sobre la existencia o no de semejante fenómeno. Al final, lo único que vale es la demostración empírica…). Entonces solo habría que determinar exactamente donde se encuentra. Pero claro, ir a la busca y captura del punto en cuestión no debe de ser tarea agradable más que nada porque, hasta que aciertes, se te puede quedar el cuerpo tipo colador.

Pero hay veces, como es el caso que nos ocupa, que el azar se alía con la habilidad digital y acierta a la primera. Me explico. Fenicia y Ruperta (nombres ficticios por aquello de la privacidad) son hermanas. A ambas le gusta jugar a los dardos. De hecho lo hacen habitualmente. Una noche de verano, Fenicia jugaba a los dardos en el salón de su casa junto con otros miembros de la familia. Ruperta se encontraba en una posición…, debería de ser sentada por la ubicación del dardo, digo yo…, no quisiera yo pensar que la “clavada” andaba en posturas poco decorosas en mitad de una reunión familiar pero…

Situación: salón familiar. Noche. Una diana en la pared del fondo, un sofá, mesa y decoración habitual. Fenicia tira los dardos. Ruperta sentada en el sofá dialoga con su madre.

Madre: sigo sin entender a cuento de qué tienes esos mareos, Roberta hija

Roberta: pues mamá no lo se. Debe de ser la tensión, el calor… ayer me dio en la playa.

Fenicia (tirando un dardo): y que no se despertaba y eso que le dí una hostia que pa que las prisas… uuuuuuuuy, casi hago diana…

Madre: Fenicia, deja de jugar con los dardos que me vas a poner la pared hecha un cuadro…

Fenicia (tirando otro dardo): que no mamá, que tengo cuidado

Madre: pues vas a tener que ir al médico y que te haga unas pruebas

(Y es aquí cuando Fenicia tira un dardo en parábola perfecta)

Fenicia: oye, ¿habéis visto donde ha caído el dardo?

Ruperta (agachándose con el dardo en todo lo alto): Igual se ha caído al suelo…, mira a ver si está por el otro lado

Madre: al final verás que voy a tener que llamar al pintor para que arregle las paredes

Fenicia: al final, igual a quien vas a tener que llamar es a un cirujano

(Silencio sepulcral mientras todos miran hacia Ruperta señalada por su hermana)

Ruperta: Pues aquí no está, yo no lo veo…, igual se ha clavado en algún lado, mira a ver en las sillas o en la parte trasera del sofá…, desde luego a mi lado no está.

Y ahí estaba Ruperta con el dardo en la cabeza, tipo teletubi (¡Que grande que eres Raka!), buscando insensible lo que tenía clavado en la tonsura o coronilla.

Y ahora es cuando viene la pregunta del millón. ¿Cómo es posible que alguien se le clave un dardo la cabeza y todavía busque donde ha ido a parar sin notar que lo tiene en lo más alto? ¡Grandes misterios de la humanidad! Lo único que queda por saber es si tenemos un solo punto “i” o hay más repartidos por el territorio corporal porque, de ser así, solo queda pedir que no esté muy cerca del aparato del regocijo. Aviso a navegantes: una o varias partes de nuestro cuerpo son insensibles al dolor y, posiblemente, al placer (¡Quien corresponda no lo quiera), así que más nos vale ir gozando de las partes conocidas no sea que un día te claven un dardo en la sesera y seas incapaz de saber si es el único o la cosa se extiende más allá de las partes visible. Ya sabes Ruperta, haz que te busquen más puntos “i”, porque entiendo que el “g” ya te lo han encontrado.