martes, 30 de julio de 2013

No tomarás el nombre de Manuela en vano


No sé si os ha pasado alguna vez que, mirando la tele, te quedas pegado cual garrapata observando los anuncios intentando descifrar su mensaje. Siempre he pensado que los spots dicen mucho de un país y de sus gentes. Baste con echar un vistazo a los nuestros y darse cuenta que solo aquí tomamos tinto de verano desde una azotea pretendiendo ver el mar, vendemos inmuebles por el arte de un genio de la lámpara o soñamos plácidamente mientras otros, a golpe de pedal, se esfuerza por llegar a la meta. Me refiero, claro está, a los anuncios de productos patrios, no a los que nos venden las grandes multinacionales que hacen “tábula rasa” y nos tratan a todos como borregos descerebrados.

Pero hay uno que me ha dejado, literalmente, con la boca abierta y el culo cerrado. El 250 aniversario de la Lotería. Quizás sea este el que más y mejor muestra como somos y como hemos formado nuestro país. Dice la cosa que si tienes sueños, lotería. Y, hoy mismo, escuchando la radio me han colado la cuña publicitaria entre la caja negra del tren y la declaración del maquinista. Venía a decir algo así cómo que en un país lejano muchos se afanan por diseñar las mejores zapatillas y en España, literalmente, “millones de jóvenes esperan ese día para encargar las zapatillas de todos los colores posibles y saltar como locos en la discoteca que han montado con el dinero de la lotería”. Pues sí. En España soñamos con tocarnos los bajos mientras que en otros países se afanan en trabajar. Se potencia los sueños, el ocio, la buena vida, frente al trabajo. Se premia la ley del mínimo esfuerzo, se aspira a trabajar poco y ganar mucho y se envidia al que se aprovecha del curro ajeno para subir en la escala social. Ellos son los triunfadores y los que trabajamos, unos pringados.

Esta es la España que la publicidad explota. La España del aprovechado, del listo, del que se busca la vida para hacerse rico por encima de consideraciones éticas bien sea comprando lotería, menos esfuerzo ya no puede haber, bien estafando en los negocios, “negocillos” o negociazos. Somos la España del que dice hacer el Camino de Santiago mientras le llevan la mochila de albergue a albergue (eso sí, con argumento incluido de que aquí se viene a disfrutar no a sufrir… Tócate el mismísimo parrús!). Somos el país de las soluciones de sobremesa, de las críticas de sofá y de las movilizaciones futboleras. Este es el país que a la publicidad le gusta mostrar porque es el país fácil de manejar, de vender, de engañar y de manipular.

Este país publicitario es donde las relaciones se construyen sobre juegos y egoísmos, donde las verdades son mentiras encubiertas y donde, lo he leído en el twitter hace nada, el silencio forma ya parte de la presunción de inocencia. Somos un país donde se ha desarrollado de manera natural la burbuja inmobiliaria, y a nadie le ha extrañado; donde los dirigentes nos roban a manos llenas, y aquí no pasa nada, y donde actividades como la investigación tienen menos valor que el asesoramiento político y bastante menos precio. Somos la España que sale a la calle cuando gana la selección no sé qué campeonato, haciendo de oro a jugadores y demás mandatarios futboleros, y se queda en casa mientras les quitan unos derechos que no sabían ni que tenían. Así les gusta mostrarnos y, en una amplia mayoría, así somos. Y los que así no somos, vamos cansados de ser los mismo pringados que todavía creen en cambiar las cosas mientras el resto te mira con condescendencia pensando que eres un pobre iluso que sueña, sin loterías, con tener cosas imposibles.

Y para colmo voy yo y tomo el nombre de Manuela en vano. Yasmina, mil perdones. Te dije que te iba a resarcir y así lo hago. Nunca más volveré a hacerlo. Manuela será siempre el nombre de aquella tarde en la tienda de Ficus donde las risas por congelación se multiplicaron con la llegada de Manuela. Quizás en otro post os cuente la historia si Manuela, mi Manuela, me lo permite.

Me voy al Camino pero la mochila, me la llevo yo.