viernes, 30 de agosto de 2013

Quien no conoce historia…


Llevamos días bajo la amenaza latente de una intervención internacional en el conflicto de Siria. Lejos de aprender de los errores del pasado, estos líderes y lideresas mundiales siguen insistiendo en reproducirlos y volver a crear un campo de minas en mitad de Oriente Próximo. Obama debería haber aprendido la lección que le dejó Bush tan a mano en vez de echar gasolina a un fuego que ya se mantiene por sí solo. Parece como si todo presidente norteamericano necesitara su guerra al final de su mandato. Como una tradición, vaya.

Pero quien crea que en Siria el conflicto tiene que ver con algo parecido a las ganas de libertad que suponemos ha provocado la Primavera Árabe entre la población o con una revolución social de profundidad ciudadana que recorre desde Egipto hasta el Líbano, está de punto a punto equivocado. En Siria no hay nada de eso. En Siria se dirime la supervivencia de una etnia secularmente vejada y maltratada: los alauíes.

Para quien no lo sepa, aproximadamente el 90% de la población musulmana –que no árabe- es de creencia sunita. El 10% restante, unos 100 millones de personas, es de creencia chiita. Los primeros son ortodoxos, los segundos más hippies. Aquellos siguen a Mahoma directamente y los segundos a Alí, su yerno. Por dar más datos, y para alumbrar zonas oscuras de vuestro conocimiento, cuando hablamos de Al Qaeda, los salafistas o los Hermanos Musulmanes, nos referimos a la rama más radical del Sunismo mientras que, por otra parte, cuando lo hacemos de Irán y sus Ayatolás, lo hacemos del Chiismo. ¿Y el Alauismo? Pues esta etnia surgió en el siglo X del Chiismo con una serie de diferencias en sus creencias y liturgias. Por ejemplo. Tienen en común, como todo el mundo musulmán radical, que la mujer sirve para lo que sirve. Básicamente para parir y ser el objeto de placer del hombre. Bueno, también se la usa para hacer la comida, trabajar como un camello o cuidar a los hijos. Pero tienen diferencias a la hora de desarrollar su fe. Por ejemplo, a la prohibición de comer cerdo suman la de comer carne de liebre –esto se me escapa, la verdad- pero si pueden mojarse los labios con vino. Ojo. Solo los imanes, el resto no. No rezan en mezquitas, más bien se lo montan en casa y tienen un libro sagrado al margen del Corán, al que complementan, en el que las mujeres veneran a los árboles y arroyos. Solo las mujeres, los hombres no se sabe. Esto debe ser por algo que han comido en su origen que les ha provocado mutaciones genéticas. En resumen. Por estas diferencias, los sunitas les tacharon de apóstatas y se dedicaron durante siglos a vejarlos, humillarlos con especial predilección por intentar exterminarlos. 

Pero hete aquí que llegan los occidentales y, como tenían que sacar provecho de los países que ocupaban, se apoyaban en las minorías perseguidas para mantener el control sobre sus intereses. En Siria, los franceses y rusos se apoyaron en los alauíes, no confundir con la dinastía alauita de Marruecos, y lograron que una familia de esta etnia, los de Bachar al Asad, se hiciera con el poder bajo una sospechosa pátina de modernidad. A día de hoy, para no perder su poder y volver a ser objeto de persecuciones, se dedican los angelitos a masacrar a esa otra parte de la población que no comulgan con sus creencias.

En definitiva. Las ganas de expansión del Islam, una máxima desde su creación no se sabe bien cuando, ha chocado con la memoria histórica de aquellos que han sido durante siglos perseguidos por salirse religiosamente del guion. Si a esto añadimos los intereses de mercado internacional, la necesidad de dar salida a los excedentes de la industria armamentística, esa tradición de reciente instauración de los presidentes norteamericanos sean republicanos o demócratas, la obligatoriedad de todos de proteger al Estado de Israel y la estupidez  y desconocimiento del ser humano, tenemos esta medio guerra medio conflicto por el que nos rasgamos las vestiduras cuando leemos según que titulares.

A Siria se llega, como siempre, tarde. En Siria llevan meses matándose los unos a los otros frente a la incapacidad manifiesta, una vez más, de la ONU cuyos trabajadores trabajan hasta las tantas para que según qué países se pasen por el forro sus resoluciones. Pero ahora sí. Ahora hay que intervenir, lo diga la ONU o no, porque se han usado armas químicas contra la población indefensa y bla bla bla.., y yo me pregunto, ¿el que se muere por arma química es más muerto que el que lo hace por un fusil? ¿Tiene más valor? Los que han muerto por mortero, bazoca o misil tierra aire, ¿no cuentan en las sumas y restas de la comunidad internacional?

Perdonad la mala leche, pero es esa hipocresía de hacer distinciones entra las víctimas será lo que, a la larga, hará que se vuelvan a cometer los mismos errores. Y por cierto. Quien no conoce historia no tiene conciencia social y está condenada a repetirla. Solo para aclarar el título de esto que al final ni idea de por qué lo he puesto.


Hala ya me he desfogado. Ya si eso en el próximo post nos echamos unas risas.

lunes, 26 de agosto de 2013

“Po no lo hemos comío”. Camino dixit


Los que habéis hecho conmigo el camino entenderéis esta frase. Los que no, como con tantas otras sensaciones y emociones, os sonará lejano, extraño y fuera de contexto. Algo así como “esta tía ha perdido la cabeza” o “ya vuelve la chiflada de Santiago”. Sí. Ya he vuelto. He terminado, llegado a Santiago, abrazado al Apóstol, llevado los deseos de mi gente madrileña y cumplido con la tradición etílica de fin de Camino.

Este año, como en anteriores, te traes a buena gente en la mochila –eso nunca falla-, miles de imágenes de recuerdo –otra constante- y “cienes” de pensamientos, buenas intenciones y ganas de cambio. Como cada año, el camino te abre y llegas con esa sensación de que estás conectada, que el equilibrio universal existe, que todo tiene sentido, que las señales te adelantaban “noseque de nueva vida”… Como cada año, el camino te transforma para volverte a transformar al cabo de pocos días…

De repente llegas a Madrid y empiezas a notar el vacío de la gente que has conocido, del cansancio, los madrugones, ronquidos y risas. Notas como echas en falta las cervezas de final de etapa y, aunque te tomes otras tantas lejos de Santiago, ya no te saben igual…

Cuando regresas, al poco tiempo, se te escapan a borbotones las vivencias del camino y te refugias en el WhatsApp, rebuscas en las fotos o miras la compostela no religiosa que te has ganado esperando encontrar algo de esa magia del camino. Y entre rutinas y decepciones (indefectiblemente aparecen) van pasando los días esperando que llegue pronto otra oportunidad de caminar.

Pero aunque parezca que el Camino es efímero y no permanece en nuestras vidas, estáis de punto a punto equivocados. Pese a que algunos efectos pueden no durar tanto como nos gustaría, hay otros que permanecen. El Camino te aporta la capacidad de otorgar el beneficio de la duda a personas que apuntan maneras pero también la facilidad para retirarlo antes de que los estragos acaben con tu salud mental. Caminar te deja esa sensibilidad para reconocer a la buena gente apartando a la tóxica que, de esto no cabe ninguna duda, termina siempre contaminándote la vida. El camino te da esa mirada clara, de lejanía, de horizonte, donde ya sabes donde no quieres ir y a dónde quieres llegar y, sobre todo, el llegar a Santiago te aporta esa amistad cómplice –lo siento por vosotros gentuzilla porque os ha tocado soportarme- que se mantendrá ya de por vida.

Por eso, esta entrada es para vosotros. Los que me habéis acompañado este año en el Camino y los que lo hicisteis en el pasado. Lo entenderéis bien, sin explicaciones, sin acotaciones al margen porque, como cada año, este Camino…. “Po no lo hemos comío”. Buen Camino!!!!