Llevamos días bajo la amenaza
latente de una intervención internacional en el conflicto de Siria. Lejos de
aprender de los errores del pasado, estos líderes y lideresas mundiales siguen
insistiendo en reproducirlos y volver a crear un campo de minas en mitad de
Oriente Próximo. Obama debería haber aprendido la lección que le dejó Bush tan
a mano en vez de echar gasolina a un fuego que ya se mantiene por sí solo. Parece
como si todo presidente norteamericano necesitara su guerra al final de su
mandato. Como una tradición, vaya.
Pero quien crea que en Siria el conflicto
tiene que ver con algo parecido a las ganas de libertad que suponemos ha
provocado la Primavera Árabe entre la población o con una revolución social de
profundidad ciudadana que recorre desde Egipto hasta el Líbano, está de punto a
punto equivocado. En Siria no hay nada de eso. En Siria se dirime la
supervivencia de una etnia secularmente vejada y maltratada: los alauíes.
Para quien no lo sepa,
aproximadamente el 90% de la población musulmana –que no árabe- es de creencia
sunita. El 10% restante, unos 100 millones de personas, es de creencia chiita. Los
primeros son ortodoxos, los segundos más hippies. Aquellos siguen a Mahoma
directamente y los segundos a Alí, su yerno. Por dar más datos, y para alumbrar
zonas oscuras de vuestro conocimiento, cuando hablamos de Al Qaeda, los salafistas
o los Hermanos Musulmanes, nos referimos a la rama más radical del Sunismo
mientras que, por otra parte, cuando lo hacemos de Irán y sus Ayatolás, lo
hacemos del Chiismo. ¿Y el Alauismo? Pues esta etnia surgió en el siglo X del
Chiismo con una serie de diferencias en sus creencias y liturgias. Por ejemplo.
Tienen en común, como todo el mundo musulmán radical, que la mujer sirve para
lo que sirve. Básicamente para parir y ser el objeto de placer del hombre. Bueno,
también se la usa para hacer la comida, trabajar como un camello o cuidar a los
hijos. Pero tienen diferencias a la hora de desarrollar su fe. Por ejemplo, a
la prohibición de comer cerdo suman la de comer carne de liebre –esto se me
escapa, la verdad- pero si pueden mojarse los labios con vino. Ojo. Solo los
imanes, el resto no. No rezan en mezquitas, más bien se lo montan en casa y
tienen un libro sagrado al margen del Corán, al que complementan, en el que las
mujeres veneran a los árboles y arroyos. Solo las mujeres, los hombres no se
sabe. Esto debe ser por algo que han comido en su origen que les ha provocado
mutaciones genéticas. En resumen. Por estas diferencias, los sunitas les tacharon de apóstatas y se dedicaron durante siglos a vejarlos, humillarlos con
especial predilección por intentar exterminarlos.
Pero hete aquí que llegan los
occidentales y, como tenían que sacar provecho de los países que ocupaban, se
apoyaban en las minorías perseguidas para mantener el control sobre sus
intereses. En Siria, los franceses y rusos se apoyaron en los alauíes, no
confundir con la dinastía alauita de Marruecos, y lograron que una familia de esta
etnia, los de Bachar al Asad, se hiciera con el poder bajo una sospechosa
pátina de modernidad. A día de hoy, para no perder su poder y volver a ser
objeto de persecuciones, se dedican los angelitos a masacrar a esa otra parte
de la población que no comulgan con sus creencias.
En definitiva. Las ganas de expansión
del Islam, una máxima desde su creación no se sabe bien cuando, ha chocado con la
memoria histórica de aquellos que han sido durante siglos perseguidos por
salirse religiosamente del guion. Si a esto añadimos los intereses de mercado
internacional, la necesidad de dar salida a los excedentes de la industria armamentística,
esa tradición de reciente instauración de los presidentes norteamericanos sean
republicanos o demócratas, la obligatoriedad de todos de proteger al Estado de
Israel y la estupidez y desconocimiento del
ser humano, tenemos esta medio guerra medio conflicto por el que nos rasgamos
las vestiduras cuando leemos según que titulares.
A Siria se llega, como siempre,
tarde. En Siria llevan meses matándose los unos a los otros frente a la
incapacidad manifiesta, una vez más, de la ONU cuyos trabajadores trabajan hasta
las tantas para que según qué países se pasen por el forro sus resoluciones. Pero
ahora sí. Ahora hay que intervenir, lo diga la ONU o no, porque se han usado
armas químicas contra la población indefensa y bla bla bla.., y yo me pregunto,
¿el que se muere por arma química es más muerto que el que lo hace por un
fusil? ¿Tiene más valor? Los que han muerto por mortero, bazoca o misil tierra
aire, ¿no cuentan en las sumas y restas de la comunidad
internacional?
Perdonad la mala leche, pero es
esa hipocresía de hacer distinciones entra las víctimas será lo que, a la larga,
hará que se vuelvan a cometer los mismos errores. Y por cierto. Quien no conoce
historia no tiene conciencia social y está condenada a repetirla. Solo para
aclarar el título de esto que al final ni idea de por qué lo he puesto.
Hala ya me he desfogado. Ya si
eso en el próximo post nos echamos unas risas.