Llevo pensando un par de día como
guionizar un videoclip de un tema de una amiga, Ara Musa y ya os invito a que
compréis su nuevo trabajo “Bocaítos al alma”, que habla del amor. Yo que no
creo en él y que de manera recalcitrante, cansinos los colegas y demás
especímenes, me viene con el intento de convencer. Unos para que vuelva a creer,
otros para demostrarme que existe y alguna que otra para que caiga en ese pozo
negro y profundo de lo que no es más que una reacción química producida y
recogida en el cerebelo. Dicho sea sin acritud, claro está.
Pues eso, que llevo un par de día
dándole al magín para ver si salía algo digno, que no caiga en el babeante
tópico de los que dicen te quiero a boca llena mientras te observan con cara de
vaca mirando al tren. Y la verdad, se me ocurren pocas cosas y las que se me
ocurrían tenían tanto que ver con el amor como un político con la honestidad. Debe
ser, me dije, porque no has empatizado adecuadamente, no has buscado la esencia
del amor…, y claro, dicho esto, reto al canto a mi intelecto. ¿Cuál es la
esencia del amor? Si existiera, vamos a otorgarle el beneficio de la duda, ¿en qué
consistiría?
Creo, y puedo estar equivocada,
que esta cosa del amor debería ser algo así como una mezcla de cuarto y mitad
de risas, medio litro de lágrimas enjugadas, 200 gramos de abrazos tiernos, una
pizca de besos entre apasionados y dulces (yo prefiero salado porque por
gustarme, me gustan más los chopitos que el chocolate) y todo ello rociado con
grandes dosis de intercambio de sudor tántrico y salvaje (ya si eso os explico
en que consiste el sexo tántrico en otro post). Dicho así, incluyendo la parte
de libertad y respeto, hasta podría ser interesante y me podría dejar vencer y
convencer. Pero claro, ahora toca ir una paso más allá y analizar que falta o
que sobra de todos estos ingredientes si fuera yo la destinada a enamorarme.
A todos los ingredientes, sí y
añadiría: que me provoquen intelectualmente. Fundamental. Necesito una buena
conversación casi como un polvo imprevisto. Aclaro. Una buena conversación, no
una conversación. Hablar para decir estupideces me enferma, me sale “sarpullición”
en todas las partes de mi cuerpo. Hablar para que me dejen pensando, para que
me rebatan y me den la vuelta como a los calcetines.
Que jueguen. Básico también. Que hagan
de cada cita un juego donde lo que más me importe sea robar un beso. Pero claro,
con talento. Si abusan del “polvo pendiente” me aburro y miro para otro lado
perdiendo el interés. El punto justo de habilidad para quedarme con ganas sin
perder las ganas de quedarme.
Con todo y con eso, todavía
tendría mis reservas para dejarme mecer en los brazos de Cupido, que al ser tan
pequeño sería complicado. Pero sí que me podría dejar convencer que la cosa
esta del amor existe y fructifica. De hecho, y para que nadie piense que no doy
oportunidades, tengo una apuesta con una colega a que me encuentran un bicho
afín del que me enamore. Que no sea por no poner de mi parte.
¿Y lo de las Manuelas del título?
Es como un aviso. Las Manuelas son aquellas que coleccionan amores como quien
colecciona sellos de correos. Son cantidad pero no valen para la filatelia. Tienen
color pero carecen de valor real porque esos amores, no son más que amores de
ilusión barata. Así que es un aviso porque, como me decía mi madre, Dios
castiga sin dar palos. Y entre que no creo en Dios y no creo en el amor, igual sufro
un castigo divino de esos de dimensiones bíblicas y termino arrastrada en el
fango de la estupidez. Vete tú a saber si después de tanto ingrediente voy y el
único cóctel que me tomo es el que me sirven las Manuelas. Quien corresponda no
lo permita.