Tendemos
a darle demasiada importancia a las palabras que, en muchas ocasiones,
contradicen a los hechos. Se nos llena la boca de sujetos, verbos y predicados
sin tener la precaución de confirmar que lo que decimos y lo que hacemos no sea
lo contrario lo uno de lo otro. Y si nos da por echar un vistazo alrededor, en
la mayoría de los casos, muchas de las personas que nos rodean tienen esta fea
costumbre. Me explico.
Normalmente
suelo darle poca importancia a este tipo de contradicciones porque, a lo largo
de mi vida, me he ido topando con gente que me decía una cosa y hacía la
contraria y ando en este asunto acostumbrada. Recuerdo una panda que su
constante era “te amo”. Daba igual la situación. Te veían y a los dos minutos
te soltaban la frase que, por otra parte, valía para todo bicho viviente, bípedo
o cuadrúpedo. Pero de la que te despistabas, te dejaban como un trapajo a poco
que se aburrieran o te salieras del rail. Del “te amo”, a “puta loca enana” iba
un espacio tan largo como un suspiro sin mediar más causa que el aburrimiento. Hay
otra variedad, el silencio, y en este caso se agradece porque por lo menos no
te ofende la inteligencia la falta de ella en sus palabras.
El
caso es que la comparanza de este tipo de personas que me ha venido al magín con
las que, “Deo Gratias”, forman parte de mi vida a día de hoy es lo que me ha
provocado este revoltijo de palabras que, sin duda alguna, irán acompañadas de
sus correspondientes actos. Debe ser porque me voy acostumbrando a la
coherencia de la gente que hace y dice lo mismo y desacostumbrándome a la
hipocresía de quienes dan tanto valor a sus palabras como a las personas a las
que van dirigidas.
En
el Camino, lo que decimos y lo que hacemos van de la mano. Lo que vemos es lo
que hay. Lo que decimos es lo que hacemos. Esta es la grandeza del camino y de
quien lo hace. Que si nos preocupamos por quien camina a nuestro lado, se lo
decimos y actuamos en consecuencia. No decimos “te quiero” cada kilómetro pero
nos paramos para esperar al que va más lento. No “nos amamos” cada hora, pero no
dejamos solo a quien va sufriendo.
Lo
mismo que mis amigos, los de siempre y los de nueva adquisición. No nos decimos
que nos amamos a todas horas pero nos vamos demostrando el amor a cada
instante. No hacemos lo contrario de lo que decimos porque lo que decimos y los
que hacemos se complementa. No usamos las palabras para usar a las personas, ni
usamos a las personas cuando estamos aburridos, solos o necesitados. No hacemos
nada de eso porque nada de eso es necesario. Me he acostumbrado a lo bueno y
ahora me chirría lo mediocre.
“Res
ipsa locutorum” o, lo que es lo mismo, “los hechos hablan por sí mismos”. Lástima
que todavía haya gente que piense que con las palabras se puede seguir
engañando al personal. Solo se engaña a quien quiere ser engañado y el engaño solo
dura lo que dura la necesidad. Como diría mi abuela, “tanta paz lleves como
descanso dejas”.
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