"Mi nombre es Afaf que significa castidad. Creo que mi padre eligió ese nombre para
poder hacer un buen matrimonio. Si mi nombre era castidad y la castidad es lo
más valorado en una mujer musulmana…, perdón, no he dicho que nací bajo el
credo del Islam en un pequeño pueblo de Marruecos… soy de pueblo.., de pueblo marroquí
y mi familia es de pueblo.., de pueblo marroquí, sobre todo mi padre que es muy
de pueblo y muy marroquí y para él las cabras son importantes, como buen hombre
de pueblo y marroquí. Se que cuando nació mi hermano fue el día más grande para
mi padre. Un varón, un hijo, un hombre que pudiera pasar a otra generación el
nombre de la familia. En mi hermano vio el futuro, grandes leyendas contadas de
padres a hijos, hazañas de buenos musulmanes, orgullo, honor… pero cuando nací
yo, lo que vio fue.. cabras, muchas cabras, montones de cabras que le darían
mucho dinero y posición en la aldea. El día justo de mi nacimiento, me miró los
pies, las orejas, las manos y calculó el número de cabras que podía negociar.
Cuando salió de la habitación, donde mi madre aún sufría por el alumbramiento,
se dirigió directamente a casa de Hamed, el que más cabras tenía en el pueblo y
concertó mi matrimonio con su futuro hijo. Yo valgo 38 cabras y una hectárea de
terreno. Algo nada despreciable para la economía local.
¿He
dicho futuro? Mahmud, mi futuro marido, nació diez años después de tan
lucrativo negocio con una belleza aceptable, belleza que fue desapareciendo con
el paso de los años. Al cumplir diez ya no se sabía a que especie pertenecía y
su inteligencia, algo que no desapareció con los años porque nunca hizo acto de
presencia, tampoco le otorgaba ningún valor añadido. Era feo y tonto, agresivo
como una alimaña y cabezón como un buey. Y ahí estaba yo, con mis 20 florecidos
años, paseando junto a mi prometido de 10, con la belleza de un trol y la
inteligencia de una anémona. Tenía que huir. Eso me decía Mustafá, el mufti del
pueblo a quien debo la capacidad para leer, entender y conocer misterios más
allá de los lindes de la aldea. Él me enseñó los misterios de la lectura con
los que descubrí mundos lejanos y culturas extrañas…, cuando tuve edad para
darme cuenta de lo que pasaba a mi alrededor empecé a no entender por qué
Mustafá me dio privilegios solo reservados a los hombres…, yo creo que era
maricón… pero fue mi madre quien me dio el pasaporte para una nueva vida.
Ella
me puso en contacto con mi yo más íntimo, me enseñó los secretos del éxito, me
dio la oportunidad de saber manejar los hilos de mi vida. Ella me dijo, mueve
el vientre, enloquece a los hombres, hazte indispensable a las mujeres y vete
de aquí. Y eso hice. Ahora estoy en Madrid dirigiendo una pequeña academia de
danza del vientre después de 3 años de peregrinación por los bajos de los
camiones de ferias. Ahora soy la maestra del Rak Sharki e intento trasmitir mis
conocimientos a través de una danza milenaria que sirve, esencialmente, para
llevar a la práctica la teoría del “polvo pendiente”…."
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