Los que habéis hecho conmigo el
camino entenderéis esta frase. Los que no, como con tantas otras sensaciones y
emociones, os sonará lejano, extraño y fuera de contexto. Algo así como “esta
tía ha perdido la cabeza” o “ya vuelve la chiflada de Santiago”. Sí. Ya he
vuelto. He terminado, llegado a Santiago, abrazado al Apóstol, llevado los
deseos de mi gente madrileña y cumplido con la tradición etílica de fin de
Camino.
Este año, como en anteriores, te
traes a buena gente en la mochila –eso nunca falla-, miles de imágenes de
recuerdo –otra constante- y “cienes” de pensamientos, buenas intenciones y
ganas de cambio. Como cada año, el camino te abre y llegas con esa sensación de
que estás conectada, que el equilibrio universal existe, que todo tiene
sentido, que las señales te adelantaban “noseque de nueva vida”… Como cada año,
el camino te transforma para volverte a transformar al cabo de pocos días…
De repente llegas a Madrid y
empiezas a notar el vacío de la gente que has conocido, del cansancio, los
madrugones, ronquidos y risas. Notas como echas en falta las cervezas de final
de etapa y, aunque te tomes otras tantas lejos de Santiago, ya no te saben
igual…
Cuando regresas, al poco tiempo,
se te escapan a borbotones las vivencias del camino y te refugias en el
WhatsApp, rebuscas en las fotos o miras la compostela no religiosa que te has ganado
esperando encontrar algo de esa magia del camino. Y entre rutinas y decepciones
(indefectiblemente aparecen) van pasando los días esperando que llegue pronto
otra oportunidad de caminar.
Pero aunque parezca que el Camino
es efímero y no permanece en nuestras vidas, estáis de punto a punto
equivocados. Pese a que algunos efectos pueden no durar tanto como nos
gustaría, hay otros que permanecen. El Camino te aporta la capacidad de otorgar
el beneficio de la duda a personas que apuntan maneras pero también la
facilidad para retirarlo antes de que los estragos acaben con tu salud mental. Caminar
te deja esa sensibilidad para reconocer a la buena gente apartando a la tóxica
que, de esto no cabe ninguna duda, termina siempre contaminándote la vida. El camino
te da esa mirada clara, de lejanía, de horizonte, donde ya sabes donde no
quieres ir y a dónde quieres llegar y, sobre todo, el llegar a Santiago te
aporta esa amistad cómplice –lo siento por vosotros gentuzilla porque os ha
tocado soportarme- que se mantendrá ya de por vida.
Por eso, esta entrada es para vosotros.
Los que me habéis acompañado este año en el Camino y los que lo hicisteis en el
pasado. Lo entenderéis bien, sin explicaciones, sin acotaciones al margen porque,
como cada año, este Camino…. “Po no lo hemos comío”. Buen Camino!!!!
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