Desde que he leído esta frase genial de Juan José Millás,
lleva rondándome la cabeza con ganas de ampliarse. Lo primero que me ha salido
es una apostilla en la creo firmemente: en función de la cantidad y calidad de
las mismas podrás ver más o menos, con más o menos claridad y tu Universo será
más o menos amplio. Bien. Dicho queda. Y hasta ahí puedo leer…, o mejor dicho,
escribir.
La verdad es que estaba contenta. Volvían las palabras a
alborotarse y a querer salir. Bien, buenas noticias para mis amigos que no hacían
más que pincharme para que volviera a escribir. Y aunque la excusa siempre ha
sido el volumen de trabajo, lo cual es cierto, el verdadero motivo es que no escribía
porque no tenía muchas cosas que decir. Meditando sobre esta idea me di cuenta de
que quizás he perdido el placer de la escritura como acto generoso de compartir
esa faceta poco conocida de mí misma (Me dice mi Cris Cris que soy muy “padentro”,
y si ella lo dice…) pese a que he descubierto y ampliado el recurso de la
escritura como herramienta para compartir información y conocimientos. En otras
palabras. Se me ha escondido la capacidad de escribir lo que me sale del
corazón versus lo que me sale de la cabeza. Escribo sobre comunicación, política,
lenguaje, periodismo, antropología (preparándome para matricularme el curso que
viene y así voy adelantando), incluso economía… escribo todos los días con
estilo, con oficio, porque esto de escribir es un oficio.., escribo para
informar y concienciar pero no escribo ni para amar ni para llorar. Lo primero
porque no creo, lo segundo porque no me sale. Pero tampoco escribo para expresar
lo que siento sin tener que ponerle voz. Escribo porque tengo que escribir no
porque quiera hacerlo.
Así que, así las cosas, cuando la frase de Millás me regaló
una apostilla tan breve me dio un vuelco el corazón pensando que las palabras
atrapadas tenían ganas de salir. Pero no. Solo fueron unas pocas rebeldes que
quería coger aire, el resto sigue durmiendo entre algodones y almohadas, en la
quietud de un corazón relajado y silente. Y claro, después de analizar la frase me entró
la angustia sobre la posibilidad, no de quedarme muda, sino ciega. ¡Muda ya
estoy! Pero no porque no tenga palabras, muda estoy porque no quiero sacarlas,
porque no me sale hacerlo. Pero eso no me impide ver y comprender lo que me
rodea, eso no me hace ciega a los sentimientos. Me hace “padentro”, como dice
Cris Cris, porque después de ver y analizar mi entorno, no tengo nada más que
añadir. Quizás porque antes, con las palabras, quería acariciarte el alma y
ahora, con su ausencia, lo que quiero es ir borrando huellas.
Es posible que esté dando demasiada importancia a las
palabras cuando lo realmente importante es el silencio, ese que nos resulta
incómodo y que parece solo la ausencia de sonido. Como dice un refrán
castellano, por supuesto cervantino, somos esclavos de nuestras palabras y
dueños de nuestros silencios. A lo mejor, después de tanto trajín de verbos, lo
que me pasa no es que me pueda quedar ciega o sorda de tanta ausencia
lingüística. A lo mejor, lo que me pasa es que ahora soy libre, verdaderamente
libre.
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