Reconozco que desde qué el boludo de Daniel nos mandó esa caricatura de
extraños personajes con ampollas en los pies y cara de iluminados, cada vez que
ando con ganitas de camino la busco, la miro, cierro los ojos y vuelvo a
caminar con ellos hasta que se me pasa el chungo de la añoranza. El tiempo de observación suele variar pero las ganas de volver al Camino, son cada vez más
frecuentes.
Cuando se me escapa la mirada y desconecto del exterior, quien me conoce
sabe que ando lejos, posiblemente con una mochila y un palo subiendo un puerto.
Lo saben. Sí. Pero no lo entienden. Y es difícil explicarles que tiene el
Camino que atrapa a tanta gente, tan distinta y tan poco común. Es como el
chiste: ¿qué hacen dos argentinos, dos italianos, un alemán, una belga, dos
abertxales, dos catalanes, una andaluza, una gallega y dos madrileñas en un
pueblo de 300 habitantes un verano a las 15:00 de la tarde? Respuestas varias.
La más cercana sería, tomando cervezas y planeando los 45 kilómetros del día siguiente...
¡A pie! Bueno, sé de una que lo haría reptando, pero esa es otra historia
gondolera...
Y no puedes dar una respuesta lógica a la ilógica razón de caminar cada día
más de 30 kilómetros, madrugón puesto y cansancio asegurado, para llegar a una
ciudad símbolo de una fe que no tenemos y cumplir con un rito que no
practicamos. Pura esquizofrenia. Pero lo hacemos. Felices como niños,
disfrutando cada segundo, echándonos de menos sin habernos ido y buscando
razones para explicar que caminar, sólo caminar, es lo que nos mueve. Y no es
cierto.
No es sólo caminar. No es dar un paso detrás de otro. Es mucho más que el lento movimiento de avanzar impulsado por las fuerzas de tus piernas. No. No es
sólo caminar. Es compartir, respetar, cuidar, comprender.., es la máxima
expresión de la generosidad, la sinceridad y la amistad. Es saber que aunque
camines solo no estas solo y que cuentas con alguien que te cuida, te respeta y
te quiere, sin grandes alharacas ni estridencias, sin esperar nada a cambio...
Algunos a esto lo llaman amor, yo no creo en el amor, pero si existiera
semejante cosa sería exactamente esto: la ilógica razón de caminar.
Ahora, con el otoño encima, con esa realidad tóxica y este ambiente de
violencia. Con las sempiternas injusticias que tan recalcitrantemente se
empeñan en perpetuar. Entre gritos, caceroladas y golpes de antidisturbios es
cuando más miro esta caricatura de aquellos extraños personajes que les dio un
verano por caminar. Y cuando lo hago, más convencida estoy de empezar una nueva
etapa vital, lejos de tanto ruido, en la paz del Camino con un albergue
peregrino y un refugio para perros.
Es simplemente caminar y facilitar que otros lo hagan. Pero sobre todo es
escapar de lo que no te hace ser mejor persona, de la gente tóxica que te
enferma y de mentiras y engaños que solo sirvieron para alejar. Es acabar un capítulo donde la
gente que estaba lejos siga estando muy lejos y la gente que está cerca
continúe estando muy cerca. Es cerrar una casa llena de memorias olvidadas y abrir otra nueva para crear nuevos recuerdos. Es eso,
cambio, evolución..., algo sencillo, al alcance de todos. Es simplemente vivir y caminar.., sobre todo caminar.
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