martes, 3 de septiembre de 2013

Res ipsa locutorum


Tendemos a darle demasiada importancia a las palabras que, en muchas ocasiones, contradicen a los hechos. Se nos llena la boca de sujetos, verbos y predicados sin tener la precaución de confirmar que lo que decimos y lo que hacemos no sea lo contrario lo uno de lo otro. Y si nos da por echar un vistazo alrededor, en la mayoría de los casos, muchas de las personas que nos rodean tienen esta fea costumbre. Me explico.

Normalmente suelo darle poca importancia a este tipo de contradicciones porque, a lo largo de mi vida, me he ido topando con gente que me decía una cosa y hacía la contraria y ando en este asunto acostumbrada. Recuerdo una panda que su constante era “te amo”. Daba igual la situación. Te veían y a los dos minutos te soltaban la frase que, por otra parte, valía para todo bicho viviente, bípedo o cuadrúpedo. Pero de la que te despistabas, te dejaban como un trapajo a poco que se aburrieran o te salieras del rail. Del “te amo”, a “puta loca enana” iba un espacio tan largo como un suspiro sin mediar más causa que el aburrimiento. Hay otra variedad, el silencio, y en este caso se agradece porque por lo menos no te ofende la inteligencia la falta de ella en sus palabras.

El caso es que la comparanza de este tipo de personas que me ha venido al magín con las que, “Deo Gratias”, forman parte de mi vida a día de hoy es lo que me ha provocado este revoltijo de palabras que, sin duda alguna, irán acompañadas de sus correspondientes actos. Debe ser porque me voy acostumbrando a la coherencia de la gente que hace y dice lo mismo y desacostumbrándome a la hipocresía de quienes dan tanto valor a sus palabras como a las personas a las que van dirigidas.

En el Camino, lo que decimos y lo que hacemos van de la mano. Lo que vemos es lo que hay. Lo que decimos es lo que hacemos. Esta es la grandeza del camino y de quien lo hace. Que si nos preocupamos por quien camina a nuestro lado, se lo decimos y actuamos en consecuencia. No decimos “te quiero” cada kilómetro pero nos paramos para esperar al que va más lento. No “nos amamos” cada hora, pero no dejamos solo a quien va sufriendo.

Lo mismo que mis amigos, los de siempre y los de nueva adquisición. No nos decimos que nos amamos a todas horas pero nos vamos demostrando el amor a cada instante. No hacemos lo contrario de lo que decimos porque lo que decimos y los que hacemos se complementa. No usamos las palabras para usar a las personas, ni usamos a las personas cuando estamos aburridos, solos o necesitados. No hacemos nada de eso porque nada de eso es necesario. Me he acostumbrado a lo bueno y ahora me chirría lo mediocre.


“Res ipsa locutorum” o, lo que es lo mismo, “los hechos hablan por sí mismos”. Lástima que todavía haya gente que piense que con las palabras se puede seguir engañando al personal. Solo se engaña a quien quiere ser engañado y el engaño solo dura lo que dura la necesidad. Como diría mi abuela, “tanta paz lleves como descanso dejas”.

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