lunes, 26 de agosto de 2013

“Po no lo hemos comío”. Camino dixit


Los que habéis hecho conmigo el camino entenderéis esta frase. Los que no, como con tantas otras sensaciones y emociones, os sonará lejano, extraño y fuera de contexto. Algo así como “esta tía ha perdido la cabeza” o “ya vuelve la chiflada de Santiago”. Sí. Ya he vuelto. He terminado, llegado a Santiago, abrazado al Apóstol, llevado los deseos de mi gente madrileña y cumplido con la tradición etílica de fin de Camino.

Este año, como en anteriores, te traes a buena gente en la mochila –eso nunca falla-, miles de imágenes de recuerdo –otra constante- y “cienes” de pensamientos, buenas intenciones y ganas de cambio. Como cada año, el camino te abre y llegas con esa sensación de que estás conectada, que el equilibrio universal existe, que todo tiene sentido, que las señales te adelantaban “noseque de nueva vida”… Como cada año, el camino te transforma para volverte a transformar al cabo de pocos días…

De repente llegas a Madrid y empiezas a notar el vacío de la gente que has conocido, del cansancio, los madrugones, ronquidos y risas. Notas como echas en falta las cervezas de final de etapa y, aunque te tomes otras tantas lejos de Santiago, ya no te saben igual…

Cuando regresas, al poco tiempo, se te escapan a borbotones las vivencias del camino y te refugias en el WhatsApp, rebuscas en las fotos o miras la compostela no religiosa que te has ganado esperando encontrar algo de esa magia del camino. Y entre rutinas y decepciones (indefectiblemente aparecen) van pasando los días esperando que llegue pronto otra oportunidad de caminar.

Pero aunque parezca que el Camino es efímero y no permanece en nuestras vidas, estáis de punto a punto equivocados. Pese a que algunos efectos pueden no durar tanto como nos gustaría, hay otros que permanecen. El Camino te aporta la capacidad de otorgar el beneficio de la duda a personas que apuntan maneras pero también la facilidad para retirarlo antes de que los estragos acaben con tu salud mental. Caminar te deja esa sensibilidad para reconocer a la buena gente apartando a la tóxica que, de esto no cabe ninguna duda, termina siempre contaminándote la vida. El camino te da esa mirada clara, de lejanía, de horizonte, donde ya sabes donde no quieres ir y a dónde quieres llegar y, sobre todo, el llegar a Santiago te aporta esa amistad cómplice –lo siento por vosotros gentuzilla porque os ha tocado soportarme- que se mantendrá ya de por vida.

Por eso, esta entrada es para vosotros. Los que me habéis acompañado este año en el Camino y los que lo hicisteis en el pasado. Lo entenderéis bien, sin explicaciones, sin acotaciones al margen porque, como cada año, este Camino…. “Po no lo hemos comío”. Buen Camino!!!!

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